lunes, 23 de marzo de 2009

De regreso al lugar


De regreso al lugar del que escribo.


Siendo que tal vez no es un regreso ni una llegada, sino más bien una afirmación débil de que no habito en mi escritura. Tampoco me queda claro si el lugar aquel es sobre el que escribo o si es desde él de donde escribo.


De todos modos, me impongo esta frase ambigua para ponerme en un lugar al que siempre quiero y me esfuerzo en indagar.


Martín Cerda estaba obsesionado con el lugar del que se escribe. En La palabra quebrada se detiene por más de veinte páginas a ensayar sobre aquellos sitios: la ciudad, la casa, los muebles, la mesa de trabajo, el refugio bajo la lámpara. Un encadenamiento de lugares en los que el escritor se ejercita en la inconsciencia, en los recuerdos y en la lectura, para luego destrenzarse en sus palabras. Como amante de su propio juego, que a la vez es su trabajo, el escritor busca dilucidarse entre el mundo que se forja entre sus recuerdos y las cosas que lo rodean. Un afán que sólo encuentra un hábito en la mesa de trabajo, en el escritorio. Sólo allí el escritor logra delimitar su espacio, alienarse del mundo y reconstruirse. No por nada el segundo libro publicado en vida por Cerda –primera compilación de ensayos sobre la escritura en general; el primero era un libro dedicado al ensayo– se titula Escritorio.


Por supuesto que ese mundo del que el yo que escribe se siente dueño y soberano, piedra fundacional y núcleo, no es otra cosa que una apariencia. Un montaje en el que ese que dice ser y hablar no es otra cosa que una reconstrucción selectiva


Ahora bien, mientras lo pienso, cuando vino esa frase a mi mente, yo nunca me figuré un espacio físico determinado. De verdad a mí poco me importa si estoy escribiendo en mi escritorio, o en la cama, o borroneando oraciones en mi cabeza mientras ando. Cuando pensé en la frase pensé en la manera extraña con la que he mirado mi propia habla desde hace ya un buen tiempo; y el poder castrador de esa mirada alienada. Mirar una palabra como un objeto a diseccionar, termina por transformar esa palabra en algo único e irremplazable. De ver todas las palabras de ese modo, terminaré abrumado por la abstracta posibilidad de cada una de esas palabras de volverse un fragmento significante que tiene en sí mismo su unidad. Y así, suma y sigue.


Entonces, quizás, ese regreso al lugar del que escribo es reconocer mi habla como parte de mí, como una lengua tradicional cuya riqueza está en su construcción, en los múltiples palabras para decir las cosas y no la vacuidad de la cosa en sí. La palabra en sí no es una palabra sino que un cadáver abierto a la disección.


"There’s something rotten in Denmark, and is not Polonius under the stairs."


¿Cuánto ha pasado ya desde entonces?



Saint Louis, Missouri

19 de Enero, 2009 - 23 de Marzo, 2009


3 comentarios:

Paulina Soto dijo...

ah por eso me hacias esa pregunta el otro dia... bueno, apoyo la mocion, nada de inefabilidades aca.

Irene Domingo dijo...

nunca lo había visto así, la verdad, más bien al contrario: la realidad como algo fijo pero inaprensible por la carencia de palabras, o por la imposibilidad de estas para rearmarse de un modo adecuado. aun no me he convencido del poder de la palabra y sigo creyendo q todo son intentos vanos por decir algo cierto (y si, da igual desde donde surjan). pero quizá es al revés.
y quizá no te he entendido, q tb puede ser.

V. dijo...

Por supuesto, nada de inefabilidades...

Ahora bien, eneri sunday... en un punto concordamos,

yo (quizás) tampoco te entiendo

V

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