sábado, 14 de febrero de 2009

Dweling in a World of Things

Si declaro que algo es principalmente ambiguo en el momento de hacerme cargo de él interpretativamente no sólo no me hago cargo de ello, sino que perpetúo el presupuesto de que toda cosa que compone eso que considero el mundo debe ser traducida a un discurso inteligible.

Si realizo este gesto estoy implicando, por un lado, que supongo de antemano que el saber es coherente, único y universal independientemente de la materialidad del medio en que se conforma y se transmite. Por el otro lado, sustento mi juicio en la idea de que el conocimiento que se desprende de tal saber está compuesto de información que en sí misma tiene ya un valor dado.

Para mi alivio, si ya he llegado al punto de identificar que hay algo sobre lo que vale la pena emitir un juicio, puedo comprender que no hay tal cosa como la ambigüedad; sino, por una parte, un desafío al saber –al que sabe desde tal saber– de aceptar su dependencia [su limitación] al material en que se conforma y se transmite; y por la otra, que no hay cosa que tenga de antemano un valor establecido.

Así, me encuentro con al menos dos caminos: intentar resolver el problema hermenéutico/epistemológico en el que me hallo, o volcarme sobre el juicio y la interminable revalorización del mundo desde sus propias circunstancias. Es decir, o comenzar a teorizar sobre el insalvable abismo que existe entre dos inmanencias, entre aquello que, por ejemplo, conforma la singularidad del blanco utilizado en “Guernica” y ese que represento aquí al decir la singularidad del blanco utilizado en “Guernica; o disputar, cada vez que alguien determine positivamente una actividad heroica e imposible como quijotesca, que al hacerlo no hace otra cosa que perpetuar tanto el ridículo y anacrónico mundo que encarna el caballero para su propia época como la aniquilación impune del mundo y los valores del propio Sancho Panza.

14 de febrero, 2009
Saint Louis, Missouri

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