martes, 14 de octubre de 2008

El silencio y sus versiones


Cuentan que hacia 1917 Ulises recorría por enésima y última vez el tramo entre el palacio de Circe y la tierra de los feacios. Ya fuera por cansancio, por ardid o por placer –o por qué no un poco de las tres–, momentos antes de narrar sus aventuras se le torció sutilmente el rostro o titubeó su memoria entre una y otra oración. El gesto o la cesura permitieron que dos de sus oyentes descubrieran el abismo que sus palabras se esforzaban por cubrir.

El más conocido de estos recuentos todavía deja una salida para Ulises. Si bien Kafka insiste, por una parte, en la ingenuidad del héroe al creer en la cera y las cadenas y, por la otra, en la voluntad de las sirenas por callar, hacia el final da un giro en su argumento y duda. Ante la posibilidad de que hayan sido las Sirenas las que no cantaron, –“tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción”–, Kafka agrega lo que todos ya sabemos, a través de la misma historia de Ulises: “Se dice que Ulises era tan astuto, tan zorro, que ni los dioses del destino eran capaces de penetrar sus pensamientos. Quizás se haya dado cuenta, aunque esto ya es inconcebible para el entendimiento humano, que las sirenas callaban y representó tamaña farsa para ellas y los dioses a modo de escudo.”

Julio Torri, por su parte, abandona el testimonio –de Ulises mismo aprende que no hay modo de testimoniar–, y se apropia de la voz. En el titubeo, Torri vive la presión puesta sobre los hombros de Ulises y el barrido de un tiempo y una historia que ya no son los mismos. Evocando a Circe y encarando lo irremediable, se lamenta: “No me hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. […] Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí.”

De ambos recuentos, el consenso es claro. Las sirenas no cantaron y Ulises, igual a Zeus en prudencia y de ánimo paciente –no sólo fecundo en ardides–, cantó en su lugar. Desde entonces han seguido otros cantos, cada vez más torpes aunque cada vez más fuertes. Parece que poco queda, entonces, de las pequeñas tentativas de hacerse cargo del silencio y sus versiones.

Saint Louis, Missouri
14 de octubre, 2008



A Circe
¡Circe, diosa venerable! He seguido puntualmente tus avisos. Mas no me hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. En medio del mar silencioso estaba la pradera fatal. Parecía un cargamento de violetas errante por las aguas.
¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí.


Torri, Julio. De fusilamientos y otras narraciones. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1984. 9.

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