martes, 12 de agosto de 2008

Dos preguntas


¿Para qué investigar con tanto denuedo, con tanta inversión de recursos, la necesaria politicidad intrínseca del arte?

¿Cuál es la fisura a la que le temen y que quieren ocultar?

Porque claro, la fisura no está en el arte, en la literatura en mi caso, sino que en aquellos mismos que persiguen atrapar su estatuto trascendente en una definición. El arte y su crítica no son intrínseca y sempiternamente políticos, como esperan defender. No, al menos, en un concepto activo de la política.

Creo, como lo estipuló la olvidada declaración de los Escritores Latinoamericanos reunidos en Viña del Mar en 1969, que “el escritor se define políticamente en la medida que tiene existencia social”.

El argumento contrario va a suponer, entonces, que el arte no puede no tener una existencia tal, en la media en que forma parte de un sistema que es de antemano social. Además que no debemos confundir escritor de escritura, ni mundo histórico con el referente proyectado al interior de la obra, etc.

Por supuesto, reconozco, que hay diversas maneras de vivir y actuar socialmente, lo mismo que diferentes implicaciones en las diferencias entre productor y producto. Sin embargo, tanto esfuerzo por la argumentación teórica y filosófica del rol político de la estética en desmedro de la misma producción literaria y crítica, a mi parecer, no hace otra cosa que revelar su fractura: la contención de socializar la escritura (sobre todo considerando los múltiples medios de difusión masiva actuales) por una desconfianza suma hacia la participación política en la cultura y en algún espacio público, ya que la ideología que sustenta su posición crítica emerge de un escepticismo inactivo (más reaccionario que radical) y de la confortable asepsia de los círculos universitarios a la moda.


Saint Louis, Missouri
12 de agosto de 2008

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